AMISTAD Y DIOS


Les compartimos la reflexión de uno de los jóvenes que se congregan mensualmente en Jóvenes al encuentro con Cristo-Adoración Eucarística 


Mayo 17 de 2019
Jn 15, 11-17: Amistad y Dios

Jesús, antes de ser entregado y de padecer los sufrimientos del calvario decide compartir una cena con sus discípulos, aquellos que lo han acompañado a lo largo de todo el camino desde Galilea hasta Jerusalén. Allí es justamente donde tiene lugar el encuentro más íntimo y personal tal y como podemos ver en estos pocos versículos de todo este pasaje.

El señor reconoce a los apóstoles como amigos, y en la noche de hoy nos llama también a nosotros amigos. ¿Qué significa esto? Pensemos por un momento en nuestro mejor amigo, con el que nos mostramos tal y como somos, sin temor ni miedo a ser juzgados, y con el que podemos hablar francamente. Cuando nos encontramos con esa persona estamos en igualdad de condiciones, ni yo tengo autoridad sobre ella ni ella sobre mí, nos alegramos y nos apasionamos juntos. Pero también podemos encontrar un apoyo, paz en los momentos difíciles, un respiro para continuar con la vida.

Justamente esto es lo que sucede con Jesús. Él se nos ha mostrado con esa honestidad, tal cual como Él es: un hombre como nosotros, que llora, ríe, sufre y se conmueve ante los demás; pero también es Dios, nos lleva a contemplar directamente el rostro del Padre y su grandeza: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” dice el Evangelio. No se ha guardado nada para sí. Nos ha amado tanto que se ha quedado con nosotros en la hostia consagrada. Aunque no lo podamos ver del mismo modo que a las demás personas, podemos relacionarnos con él, hablar francamente de nuestra vida, de nuestras ilusiones y nuestras preocupaciones. Incluso, él puede llegar al fondo de nuestro corazón, a partes que nosotros mismo no podemos o no queremos, y que solo él puede tocar y transformar. Ante él caen todas las máscaras, podemos mostrarnos tal cual somos, con nuestras virtudes y defectos.

Cuando nosotros hemos dado un paso hacia Cristo, Él ya ha dado dos. Antes de nosotros amarlo y buscarlo, Él ya lo ha hecho: “no me han ustedes elegido, sino que yo los he elegido a ustedes”. Justamente él tiene la iniciativa de ir donde estemos, sin importar lo que hemos hecho o lo que hayamos vivido, nos abraza, nos levanta, nos restaura y nos da esperanza. Lo descubrimos como el amigo que no se cansa de buscarnos y esperarnos.

Pero, esta amistad con Jesús trae un deber: hacer lo que él nos ha enseñado. No es una obediencia ciega y rígida a la manera como un militar acata la orden que se le ha dado, sino que se desprende de la misma relación. Al encontrarnos con Cristo y conocer realmente quién es, nos damos cuenta que sus palabras son palabras vivas, que tienen sentido y conllevan a un compromiso. Él sabe que es necesario cambiar en nuestras vidas. ¿Puede existir una amistad sin compromiso alguno? Si nos hacemos amigos de alguien y no le hablamos nunca, no nos preocupamos por su bienestar o incluso llegamos a lastimarlo ¿realmente estamos siendo amigos?

Nos es entregado un nuevo mandamiento, principio de toda la vida cristiana: “ámense unos a otros como yo los he amado”. El amor es una realidad que va más allá del amor conyugal. Marca toda nuestra vida y está presente en casi todas las relaciones que establecemos aunque no nos demos cuenta: así como amamos a nuestras parejas amamos a nuestros papás, nuestros hermanos, a nuestra familia, y también, aunque suene extraño, amamos a nuestros amigos. Cada amor es distinto, pero pertenecen a una misma realidad. Ahora nos están llamando a amar a todos de una manera completamente radical, con todo mí ser y más allá de un sentimiento, tal y como Cristo ya lo ha hecho, al punto de que se entregó por nosotros. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”.

Ya hace un año que comenzamos a realizar estos encuentros de adoración eucarística. Hemos tomado una noche al mes para encontrarnos con Jesús sacramentado, pero también nos encontramos con otros jóvenes. No llevamos todos asistiendo el mismo tiempo, venimos de lugares distintos, nos dedicamos a estudiar carreras en ocasiones completamente diferentes, tenemos aspiraciones para el futuro diversas, pero nos hemos conocido en nuestras diferencias y hemos comenzado a crear relaciones entre nosotros. Este vínculo no es algo que se dé de un momento para otro, se va construyendo poco a poco y requiere de compromiso y persistencia. Y no se queda en un plano meramente humano. Si reflejamos a Jesús con nuestra vida y nuestras acciones, podemos hacer de la amistad un lugar de encuentro con él, apoyándonos mutuamente en la continua búsqueda del rostro de Dios.
Vale la pena preguntarnos hoy: ¿Realmente reconozco en Jesús un amigo? ¿Me siento llamado y amado por Él? ¿Asumo el compromiso que supone la amistad con Él? ¿Amo a los demás hasta el punto de dar la vida por ellos? ¿Reflejo el amor de Dios en la manera como amo y me relaciono con los demás?
Sergio Chacón



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