AMISTAD Y DIOS
Les compartimos la reflexión de uno de los jóvenes que se congregan mensualmente en Jóvenes al encuentro con Cristo-Adoración Eucarística
Jn 15, 11-17: Amistad y Dios
Jesús, antes de ser entregado y de padecer los
sufrimientos del calvario decide compartir una cena con sus discípulos,
aquellos que lo han acompañado a lo largo de todo el camino desde Galilea hasta
Jerusalén. Allí es justamente donde tiene lugar el encuentro más íntimo y
personal tal y como podemos ver en estos pocos versículos de todo este pasaje.
El señor reconoce a los apóstoles como amigos,
y en la noche de hoy nos llama también a nosotros amigos. ¿Qué significa esto?
Pensemos por un momento en nuestro mejor amigo, con el que nos mostramos tal y
como somos, sin temor ni miedo a ser juzgados, y con el que podemos hablar
francamente. Cuando nos encontramos con esa persona estamos en igualdad de
condiciones, ni yo tengo autoridad sobre ella ni ella sobre mí, nos alegramos y
nos apasionamos juntos. Pero también podemos encontrar un apoyo, paz en los
momentos difíciles, un respiro para continuar con la vida.
Justamente esto es lo que sucede con Jesús. Él
se nos ha mostrado con esa honestidad, tal cual como Él es: un hombre como
nosotros, que llora, ríe, sufre y se conmueve ante los demás; pero también es
Dios, nos lleva a contemplar directamente el rostro del Padre y su grandeza:
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” dice el Evangelio. No se ha
guardado nada para sí. Nos ha amado tanto que se ha quedado con nosotros en la
hostia consagrada. Aunque no lo podamos ver del mismo modo que a las demás
personas, podemos relacionarnos con él, hablar francamente de nuestra vida, de
nuestras ilusiones y nuestras preocupaciones. Incluso, él puede llegar al fondo
de nuestro corazón, a partes que nosotros mismo no podemos o no queremos, y que
solo él puede tocar y transformar. Ante él caen todas las máscaras, podemos mostrarnos
tal cual somos, con nuestras virtudes y defectos.
Cuando nosotros hemos dado un paso hacia
Cristo, Él ya ha dado dos. Antes de nosotros amarlo y buscarlo, Él ya lo ha
hecho: “no me han ustedes elegido, sino que yo los he elegido a ustedes”.
Justamente él tiene la iniciativa de ir donde estemos, sin importar lo que
hemos hecho o lo que hayamos vivido, nos abraza, nos levanta, nos restaura y
nos da esperanza. Lo descubrimos como el amigo que no se cansa de buscarnos y
esperarnos.
Pero, esta amistad con Jesús trae un deber:
hacer lo que él nos ha enseñado. No es una obediencia ciega y rígida a la
manera como un militar acata la orden que se le ha dado, sino que se desprende
de la misma relación. Al encontrarnos con Cristo y conocer realmente quién es, nos
damos cuenta que sus palabras son palabras vivas, que tienen sentido y
conllevan a un compromiso. Él sabe que es necesario cambiar en nuestras vidas.
¿Puede existir una amistad sin compromiso alguno? Si nos hacemos amigos de
alguien y no le hablamos nunca, no nos preocupamos por su bienestar o incluso
llegamos a lastimarlo ¿realmente estamos siendo amigos?
Nos es entregado un nuevo mandamiento,
principio de toda la vida cristiana: “ámense unos a otros como yo los he
amado”. El amor es una realidad que va más allá del amor conyugal. Marca toda
nuestra vida y está presente en casi todas las relaciones que establecemos
aunque no nos demos cuenta: así como amamos a nuestras parejas amamos a
nuestros papás, nuestros hermanos, a nuestra familia, y también, aunque suene
extraño, amamos a nuestros amigos. Cada amor es distinto, pero pertenecen a una
misma realidad. Ahora nos están llamando a amar a todos de una manera
completamente radical, con todo mí ser y más allá de un sentimiento, tal y como
Cristo ya lo ha hecho, al punto de que se entregó por nosotros. “Nadie tiene
mayor amor que el que da su vida por sus amigos”.
Ya hace un año que comenzamos a realizar estos
encuentros de adoración eucarística. Hemos tomado una noche al mes para
encontrarnos con Jesús sacramentado, pero también nos encontramos con otros
jóvenes. No llevamos todos asistiendo el mismo tiempo, venimos de lugares
distintos, nos dedicamos a estudiar carreras en ocasiones completamente
diferentes, tenemos aspiraciones para el futuro diversas, pero nos hemos
conocido en nuestras diferencias y hemos comenzado a crear relaciones entre
nosotros. Este vínculo no es algo que se dé de un momento para otro, se va
construyendo poco a poco y requiere de compromiso y persistencia. Y no se queda
en un plano meramente humano. Si reflejamos a Jesús con nuestra vida y nuestras
acciones, podemos hacer de la amistad un lugar de encuentro con él, apoyándonos
mutuamente en la continua búsqueda del rostro de Dios.
Vale la pena preguntarnos hoy: ¿Realmente
reconozco en Jesús un amigo? ¿Me siento llamado y amado por Él? ¿Asumo el
compromiso que supone la amistad con Él? ¿Amo a los demás hasta el punto de dar
la vida por ellos? ¿Reflejo el amor de Dios en la manera como amo y me
relaciono con los demás?
Sergio Chacón
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